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La transición energética
Franz Rainer, WU Viena – 13/09/2021
La Revolución Industrial que empezó en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII así como la explosión demográfica que empezó poco después causaron un enorme aumento del consumo de energía en el mundo, abastecido inicialmente sobre todo con carbón y más tarde también con petróleo y gas natural. En 1973, el año de la llamada crisis del petróleo, según la AIE (Agencia Internacional de la Energía), la matriz energética[1] del mundo se compuso en un 46,2 % de petróleo, un 24,5 % de carbón y un 16,0 % de gas natural. Desde entonces, las energías fósiles han mantenido su protagonismo: es verdad que, en 2018, el petróleo había descendido a 31,6 %, pero a este descenso corresponde un aumento del carbón al 26,9 % y del gas natural al 22,8 %. El resto de fuentes de energía, como la nuclear, la hídrica, la eólica o la solar, siguen siendo relativamente marginales.
El problema de esta matriz energética estriba en que la quema de carbón, petróleo o gas natural produce CO2, un gas, por cierto, imprescindible para la vida en la tierra, pero cuya sobreabundancia en la atmósfera es una de las causas del recalentamiento de la Tierra, según el acuerdo casi unánime de los científicos. Para dejar a las futuras generaciones un planeta vivible, sería urgente descarbonizar o, como sería más correcto decir, desfosilizar la matriz energética mundial, sustituyendo el carbón, el petróleo y el gas natural con fuentes energéticas sin emisión de CO2. El abandono del carbón por parte de países como Alemania es un tímido inicio de esa necesaria transición energética, que es uno de los grandes retos de la Humanidad en el siglo XXI.
[1] También se habla de mix energético, combinación energética, surtido energético o mezcla energética para referirse a la combinación de fuentes de energía primaria que se utiliza en una determinada zona geográfica.